Donde se refiere la farsa en la que el Concha se hace pasar por
descendiente de un chamán junto con otras mentiras de ocasión
La chica, que
contemplaba embelesada al grupo que arrancaba ritmos africanos a los djembe, no se percató de nuestra
presencia hasta que el Concha puso en marcha su estrategia: se arrodilló en el
suelo, alzó las manos y murmuró algunas palabras antes de besar, con
solemnidad, el pasto. Después se acostó boca arriba, juntó las palmas y empezó
a hacer unos movimientos con las piernas, como si pedaleara una bicicleta
imaginaria. La joven, que hasta hace un momento no tenía ojos más que para los
jipis, había comenzado a mirarlo. El Concha, conciente de que había acaparado
su atención, se puso de pie, flexionó los codos y comenzó a aletear en círculo
durante unos segundos. Una vez que hubo terminado, realizó unas exhalaciones
profundas y, como si recién advirtiera que la chica lo miraba, le dijo en un
tono misterioso:
—No te asustes. Es una
forma de pedir la bendición ¿sabés?
—¿Cómo? —le dijo la
chica.
—El ritual que acabo de
hacer: es una forma de pedir la bendición para mí y para todos los pachamacos.
La chica lo miró con
extrañeza, pero su curiosidad ya había sido aguijoneada.
—¿Qué son los pachamacos?
—¿Te das cuenta,
Eduardo? —me dijo de repente, incluyéndome en la conversación—. Si no hacemos
algo vamos a perder la conexión divina con la sabiduría de nuestros
antepasados. Los pachamacos —dijo dirigiéndose a la muchacha— somos los hijos
de la Pachamama. Vos, yo, Eduardo, el gordo aquel que pasa corriendo: todos
somos pachamacos. El ritual que acabo de realizar me lo enseñó mi bisabuelo
Wiraconcha.
Inmediatamente después
de pronunciar ese nombre miró al cielo, cerró los ojos y dijo
—Pachamama Wiraconcha
bolivianga zupai.
La chica lo miraba
ahora al Concha con la misma expresión que antes a los jipis.
—¿Y eso qué significa?
—Significa: “Wiraconcha
vino de la Tierra y a ella volvió”. Es una frase que se dice para honrar a los
muertos. En la lengua de mis antepasados —prosiguió el Concha con su farsa—
existían dos tipos de expresiones utilizadas para referirse a los muertos: la
que acabo de decir, destinada a hombres importantes de la tribu –mi bisabuelo
fue una especie de chamán entre los suyos–, y otra para los corrientes. Cuando
se referían a la muerte de un pachamaco cualquiera decían: “Taragüí shruti,
chasqui quilapayún”. La traducción, si es que se puede traducir un contenido
tan profundo a nuestra lengua, es más o menos así: “De un polvo venimos, en
yerba nos convertimos”. Pero no te quiero molestar con estas cosas sin
importancia...
El Concha sabía que la
tenía entre sus redes; me indignó un poco ver cómo la manipulaba.
—Lo que me contás me
interesa mucho. Es increíble... Yo me leí todos los libros de Castaneda: Las enseñanzas de Don Juan, Una realidad aparte...
Sin conocerlo demasiado
al Concha, me di cuenta en el acto de que no tenía idea de quién le hablaba la
chica. Sin embargo, respondió:
—Castaneda... sí. Un
iluminado, lástima que...
—¿Que qué?
—Lástima que solo
alcanzó a ver la punta del iceberg... —respondió. Y como para salir del apuro,
antes de que le preguntara algo sobre el tema, agregó:— No te quiero hacer
perder tiempo. ¿Tenés idea de dónde se pueden comprar tomates orgánicos?
El rostro de la chica
se iluminó:
—¿Consumís productos
orgánicos?
—Sí, en lo posible como
sólo productos sin agroquímicos, que tanto mal le hacen a la tierra y a nuestro
organismo. El otro día compré unos tomates que parecían de granja, pero me
parece que estaban medio glifosateados. Se me armó un desorden intestinal que
recién pude parar con arroz blanco y pastillas de carbón...
Pese a ser un
embaucador profesional, el Concha no dejaba por eso de ser, en el fondo, el
Concha.
—Mirá, por acá no sé
dónde venden. El lugar más cercano es la estación del Tren de la Costa de San
Fernando, los fines de semana. Yo voy siempre a comprar verduras ahí: soy
vegana.
Recordé vagamente a
Lisa Simpson cuando se enamora del activista ecológico y quiere impresionarlo.
—Buena decisión.
Nosotros también. Me presento: yo soy el Concha y mi amigo se llama Eduardo.
Al ver que la chica
puso cara rara al escuchar su nombre, el Concha agregó:
—Así me dicen, en
realidad. “Concha” era el nombre quechua de una planta medicinal del altiplano...
—Ah... Yo me llamo
Griselda.
—Encantado —le dije
mientras le daba un beso.
Como no quería quedar
pegado a la mentira, comencé a decir que yo, en realidad, no era vegano, pero el
Concha me interrumpió:
—Es ovo-lacto
vegetariano, pero yo estoy tratando de que radicalice su postura. Lo que pasa es
que él, aunque no lo parezca, se deja influenciar mucho por los medios de
comunicación. Ve a Pancho Ibáñez en la propaganda, vestido con un delantal
blanco elogiando la leche y el Danonino, y él va y compra: tiene miedo de que
no se le formen bien los ladrillitos de la vida...
—No hay que presionar
—dijo Griselda—. Cada ser evoluciona a su ritmo...
—Sí, claro. Lo que
pasa, no sé si alcanzaste a darte cuenta —siguió el Concha— es que Eduardo
tiene medio taponado el chakra de la frente. Y ése es justamente el chakra de
la iluminación.
—¿Ves los chakras?
—Verlos, verlos... es
una manera de decir. Recordá que, como dijo un sabio, lo esencial es invisible
a los ojos...
—Me suena esa frase
—dijo Griselda—, pero no recuerdo bien de quién es...
Y seguramente tampoco
el Concha, a quien no veía leyendo a
Saint-Exupéry. La habría escuchado o leído por ahí y ahora le había encontrado,
por fin, utilidad. Es que el Concha era
un trituradora cultural: cualquier cosa que cayera en su órbita (referencias
literarias, costumbres, terapias alternativas, prácticas: todo) era reformulada
y adaptada en función de su necesidades de manera irreverente y, acaso, monstruosa.
—Allá vienen unos
amigos —dijo Griselda señalando a un grupo de ciclistas—. Ahora se los
presento.
Montados en bicicletas
destartaladas se acercaron unos jóvenes de alrededor de veinte años. Todos
respondían más o menos a la descripción que había hecho el Concha de los jipis:
rastas, ojotas, morrales cruzados, colores de Jamaica, olor dulzón.
Nos saludamos con los
jipis y nos sentamos a conversar en el pasto. El Concha se pronunció contra la
instalación de una central eléctrica en el Paseo, así como también contra su
transformación en shopping. Se acababa de enterar del tema, es claro, pero se
inventó un pasado de activista ecológico que trataré, si me lo permiten, de
resumir... (continuará)