sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo XV



Acerca del banquete que el Concha ofreció a la urbana tribu de veganos, vegetarianos y otras yerbas (segunda parte)

Cerca de las nueve sonó el timbre. Era Griselda y estaba acompañada por dos de sus amigos: Pablo y Damián. Como era de esperarse, vinieron en bicicleta.
—¿Y los otros? —pregunté mientras acomodábamos las bicis en el ascensor.
—No van a poder venir hoy —dijo—. Les adelantaron para esta noche la clase de un curso que están realizando sobre terapia floral, bioenergía y memoria celular. No pueden faltar…
—Ajá —dije, pero no pregunté de qué se trataba todo eso.
Mi cara, sin embargo, debió de parecer que pedía algún tipo de explicación, porque Griselda dijo:
—Se trata de una serie prácticas y enfoques alternativos para tratar dolencias y malestares. Algo muy holístico, integral. El Concha seguro que conoce…
Seguramente, tenía razón: el Concha parecía estar al tanto de este tipo de actividades, aunque no creyera en ellas en absoluto.
Cuando llegamos a mi piso, el Concha nos estaba esperando con la puerta abierta.
—Adelante, adelante, pónganse cómodos —dijo—. Siéntanse como en su casa.
Señalando las bicicletas, agregó:
 —Acomoden el ecovehículo por acá…
—Gracias…
Mientras los recién llegados terminaban de acomodarse, el Concha tomó un sahumerio que había traído consigo y lo encendió. Como vi que no sabía dónde ponerlo, le señalé una maceta con un potus que solía tener en uno de los estantes de la biblioteca. El Concha me pasó el sahumerio y una vez que se hubo cerciorado de haber captado la atención de los presentes, tomó entre sus manos la maceta, la besó, besó el potus, se paró en un solo pie y, con la maceta levantada sobre su cabeza, murmuró algunas palabras que me sonaron a “Guanajuato pachanga” o algo por el estilo.
—Un viejo ritual de mis ancestros —declaró con tan hipócrita mueca de seriedad que me indignó—. Acá también está la Pachamama…—dijo, señalando la maceta con el potus.
Todos parecieron aprobar su actitud.
Sin ser un crítico de aromas, me resultó evidente que el sahumerio que el Concha acababa de plantar en la maceta era de pésima calidad. El hilo de humo que se levantó de su brasa envolvió la atmósfera en un olor pesado, ente dulzón y ácido, que me traía reminiscencias de pachuli, leña verde y bosta de vaca carbonizada.
Después de su gesto místico, llamó a Hugo, que todavía estaba en la cocina, y lo presentó:
—Este es un viejo amigo. Pueden llamarlo Viti. Eso que le ven en la cara, y que seguramente les produce asco o miedo por peligro de contagio, es nada menos que un mandala.
—¿No se llama vitiligo? —preguntó Pablo.
—Se llama vitiligo según la medicina tradicional occidental, si es que a ese conjunto de saberes esquemáticos se le puede llamar medicina —aclaro—, del igual modo que al mismo lamparón el pueblo lo llama antojo o frutilla.
Hugo saludó a los presentes, algo molesto por la insistencia del Concha con su mancha de nacimiento. Cuando le llegó el turno de darle un beso a Griselda, no pudo disimular una mirada lujuriosa a sus senos.
—Vigilalo al gordo boludo este —me dijo el Concha por lo bajo al oído—, que me parece que se alzó con Griselda. Prestale atención al tema de las muletillas…
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque el gordo, cuando se excita, entra a “muletear” a lo loco.
Me incomodó saber eso; máxime teniendo en cuenta que, poco antes, Hugo me había conversado utilizando una andanada de latiguillos.
—Mira: ahí lo tenés —dijo el Concha.
Hugo, atraído por las curvas de Griselda, ya le lanzaba  un “como te digo una cosa, te digo la otra” completamente fuera de contexto, ya que Griselda, simplemente, le había preguntado si estudiaba o trabajaba.
—Bueno, bueno, gente —intervino el Concha—. Siéntese acá en el piso, en estos almohadones. ¿Quién quiere wheatgrass?
—¿Hay wheatgrass? —preguntó Griselda con el rostro iluminado.
—Por supuesto —dijo el Concha con su cara más fraudulenta.
—Perdón —dije— ¿qué es eso?
—Explicale, Griselda, que yo voy a buscar la jarra a la heladera.
—Esperá —dijo Griselda— Te acompaño…
—No, no —respondió, serio, el Concha—. Hoy soy yo quien los agasaja; nadie más que yo se va a ocupar de la comida y la bebida…
Griselda aceptó la respuesta sin sospechar. Yo, en cambio, comprendí que en la cocina se ocultaban evidencias que darían por tierra con el engaño que el Concha había puesto en marcha desde el día anterior.
Antes de abandonar el living, preguntó:
—¿Todos quieren?
—Sí —dijeron Griselda y sus amigos.
Hugo, en cambio respondió:
—Yo paso...
Evidentemente, tenía muy claro con quién estaba tratando.
—El wheatgrass —comenzó a explicarme Griselda cuando el Concha cerró tras de sí la puerta de la cocina— es una bebida de última moda en el mundo del veganismo y naturismo. Se prepara en base a brotes de trigo provenientes de cultivos orgánicos.
—Qué interesante… —dije.
—Tiene un montón de propiedades saludables: es rico en minerales, antioxidantes, fitoesteroles…
Me llamó la atención, recuerdo, que conociera tanto del tema.
De la cocina me llegó el ruido de la minipimer.
—Se hace en el momento de beberlo, para que no pierda sus propiedades.
—Qué interesante…
De la cocina llegó, algo débil por el sonido de la procesadora, un eco del Concha:
—La re-puta madre que los re-mil parió…
Preocupado, me excusé ante Griselda:
—Pese a lo que haya dicho el Concha, yo voy a hacer también un poco de anfitrión. Esta, en definitiva, es mi casa.
Esto último lo dije como si efectivamente necesitara recordármelo, inmerso como estaba en medio de tanto gesto avasallante del Concha.
—No tardo —dije y me encaminé a la cocina.
(Continuará)

3 comentarios:

Silvana dijo...

Muy bueno! La escena del sahumerio y el potus, genial!

Anónimo dijo...

Por favor... tengo una mezcla de intriga y miedo por saber lo que pasa en esa cocina!
10 puntos el capítulo...nunca decepciona!
Flor

Anónimo dijo...

EL MANDALA DEL VITI! GLORIOSO.