Que trata del pasado del Concha como activista pacifista y ecológico y
de otras mentiras de ocasión
Nos sentamos todos en
ronda, en el pasto, a conversar. El Concha no tardó en volverse el centro de
atención.
—Hay que jugarse,
gente, jugarse la vida si es necesario para salvar el planeta. Yo siempre apoyé
todos los “Seiv”: “Seiv de planet” “Seiv
de delfins”, “Seiv de ballens”, todos. De hecho, vengo participando activamente
de todas las luchas ecologistas que hay. Gente: yo despinté pingüinos empetrolados
en Punta Tombo; yo recorrí media Patagonia en bambucleta para reclamar por los
hielos…
El Concha tenía dotes de
orador. Hablaba con énfasis, seguro de poder convencer.
—Lo mío no es puro
blablá—continuó—. Yo tengo en mi casa una maceta llena de lombrices
californianas para reciclar desechos orgánicos.
Hizo una pausa.
—Veo, por cómo me
miran, que no tienen idea de qué les hablo —dijo con la satisfacción del que
está un paso adelante del resto.
—Yo sí conozco
—intervino uno de los chicos—. Las he visto en alguna que otra granja orgánica.
Te transforman todo en humus…
—Exacto. Son
excelentes. Les podés tirar restos de comida, yerba, cáscaras. Yo incluso
llegué a defecar en esa maceta una vuelta que se me tapó el baño… Las lombrices
le entraban a la caca con la misma intensidad que a un puré de batata…
Las caras de los
presentes cambiaron un poco al escuchar esto. Hubo algunas miradas cruzadas, al
igual que cuando dijo “seiv de ballens”, como de desconfianza mezclada, en el
caso de las chicas, con algo de repulsión. Pero el Concha tapaba una barbaridad
con una mentira acorde a los deseos de los jóvenes.
(Al margen: recuerdo que, después de este encuentro,
le remarqué al Concha mi asombro por haberlo escuchado pronuncia la palabra
“defecar”, tan ajena a su vocabulario. Me respondió que había estado a punto de
decir “echarme un garco”, pero que por respeto a Griselda se había moderado.
Decir que había defecado en una maceta sobre un lecho de lombrices no le
parecía, claro, escatológico)
—Gente —continuó, fiel
a su estilo verborrágico—: yo abracé, árboles, enredaderas, incluso montículos
de hojas secas. Yo corrí a cascotazos a los que querían sacar oro de Fátima…
—De Famatina, querrás
decir.
—Exacto. Mirá, me hace
hervir tanto la sangre lo que digo que me confundo.
—A mí me parece bien la
protesta—intercedió Griselda—, pero la violencia no me gusta. Por lo de los
cascotazos, digo. Prefiero la resistencia pacífica. Una sentada, ejemplo.
—Pero claro —continuó
el Concha, que pasaba ahora, a pedido del público, a dotarse de un pasado de
activista no-violento—. Yo en Bosnia…
—En Botnia, querrás
decir.
—Sí, gracias. En Botnia
estuve sentado como no sé cuánto, tipo Gandhi. Tarugos en el ojete me salieron.
Y también hice eso de poner flores en los caños de las ametralladoras de la
policía, eh…
Calculo que el Concha
habrá visto alguna foto o documental de la época y habrá pensado que, mutatis mutandis, podía apropiarse del
ejemplo.
—Yo pensé que esa era
una práctica de la década del sesenta…
—Querida Griselda —le
respondió—, no todo lo que ocurre en el mundo sale por la tele…
—Es verdad…
Charlando o, mejor,
escuchándolo al Concha, se nos pasó la tarde. Como se acercaba el momento de
despedirnos y, por lo visto, el Concha tenía intención de seguir en contacto
con los chicos, largó:
—Mañana a la noche
Eduardo y yo nos juntamos a cenar. Lo hacemos cada lunes, siempre en su casa
—dijo mirándome con una sonrisa que pretendía disimular el gesto prepotente de
pedirme permiso con posterioridad al
momento de tomar algo mío de prestado—. Cena liviana, vegana, algún documental
de animales, música étnica, lo de siempre. ¿Se prenden?
Sí, se prendieron. Eran
jóvenes que no tenían que trabajar al día siguiente y que podían darse el lujo
de fumar marihuana hasta entrada la madrugada.
—Concha —le dije cuando
nos alejábamos— ¿podría ser que la próxima me consultes antes de ofrecer mi
casa para una reunión?
—Pero, Eduardo: no
tenía opción. Viste lo que es mi casa…
Sí, la había visto.
—Es muy chica…
Ese no era el problema
principal, pero no podía decírselo.
Me había quedado una
intriga de toda la tarde y aproveché para sacármela.
—¿De dónde te viene
toda la información que comentaste hoy? No te hacía muy espiritual como para
hablar de chakras, pueblos originarios, veganismo…
—De la vieja —me
respondió—. ¿Te acordás? La de los masajes…
Me acordaba.
—Mientras le amaso las
gomas la mina larga toda una sarta de pelotudeces sobre alimentación, energía,
niños índigo, ángeles…
—Mirá vos…
—Cambiando un poco de
tema —me dijo—. ¿No notaste algo raro en uno de los pibes?
—¿Raro en qué sentido?
—En el sentido de que
sea puto.
Volvía, el Concha, con
uno de sus viejos temas. No pretendo ahondar en eso, porque ya lo he referido, pero no quería tampoco dejar pasar por alto el
rasgo curioso que le había sembrado sospechas.
—Yo, la verdad —le
respondí— no noté nada que pudiera interpretarse de esa manera.
—Tal vez es mi fobia,
qué sé yo. Lo que pasa es que como lo vi con una botellita de agua, de esas que
se cargan en la casa con agua de purificador… Viste que los putos delicados
andan siempre con una botellita de agua recargada…
Detalles que solo
percibía el Concha. Aunque es verdad que, después en casa, cuando pensé en
algunos conocidos homosexuales, podía verlos en la sala de profesores con su
botellita …
—Son pequeños detalles
identificatorios que te permiten ver quién es quién —concluyó—. Es como si te
digo que fulano es amarrete, tacaño, usurero, ahorrativo y que labura de
prestamista. Ah, y que además le cortaron la verga. Lo sacás de una ¿no? Un
árabe…
Estuve a punto de
decirle que no, que los que respondían a esa descripción eran los judíos, pero
esa réplica era una barbaridad mayor que la que acababa de escuchar, porque yo
no pensaba eso de los miembros de la colectividad. El Concha había equivocado
el imaginario, y yo no encontré el modo, en ese momento, de corregirlo.
Caminamos juntos un par
de cuadras hasta separarnos.
—Mañana —me dijo—
despreocupate que cocino yo para los pibes.
—Bien —dije, ingenuo—.
Acordate de que los chicos son veganos y que no podés cocinar cosas que…
El Concha se sonrió. Después,
se empezó a reír con fuerza, mostrando todos los dientes.
—Hasta cuándo vas a ser
tan pelotudo, Eduardo, hasta cuándo…
La verdad, no sabía.
Quedamos en vernos al día siguiente.
6 comentarios:
¡¡¡No puedo esperar para ver que les cocina a los veganos!!!
Y por cierto, me caen muy mal los veganos.
JUAN, NO PARÉ DE CAGARME DE LA RISA.
ME QUEDO CON ESTA FRASE: "Pero el Concha tapaba una barbaridad con una mentira acorde a los deseos de los jóvenes." HE AQUÍ EL ADN DEL CONCHA.
Muy bueno. Me hizo reír mucho. Espero el próximo capítulo.
jajaja
Qué pasó, compañero?! se murió el Concha? se murió ud.? se pelearon y se acabaron las aventuras?
Saludos...
Publicar un comentario