martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo XIII


Que trata del pasado del Concha como activista pacifista y ecológico y de otras mentiras de ocasión


Nos sentamos todos en ronda, en el pasto, a conversar. El Concha no tardó en volverse el centro de atención.
—Hay que jugarse, gente, jugarse la vida si es necesario para salvar el planeta. Yo siempre apoyé todos los “Seiv”:  “Seiv de planet” “Seiv de delfins”, “Seiv de ballens”, todos. De hecho, vengo participando activamente de todas las luchas ecologistas que hay. Gente: yo despinté pingüinos empetrolados en Punta Tombo; yo recorrí media Patagonia en bambucleta para reclamar por los hielos…
El Concha tenía dotes de orador. Hablaba con énfasis, seguro de poder convencer.
—Lo mío no es puro blablá—continuó—. Yo tengo en mi casa una maceta llena de lombrices californianas para reciclar desechos orgánicos.
Hizo una pausa.
—Veo, por cómo me miran, que no tienen idea de qué les hablo —dijo con la satisfacción del que está un paso adelante del resto.
—Yo sí conozco —intervino uno de los chicos—. Las he visto en alguna que otra granja orgánica. Te transforman todo en humus…
—Exacto. Son excelentes. Les podés tirar restos de comida, yerba, cáscaras. Yo incluso llegué a defecar en esa maceta una vuelta que se me tapó el baño… Las lombrices le entraban a la caca con la misma intensidad que a un puré de batata…
Las caras de los presentes cambiaron un poco al escuchar esto. Hubo algunas miradas cruzadas, al igual que cuando dijo “seiv de ballens”, como de desconfianza mezclada, en el caso de las chicas, con algo de repulsión. Pero el Concha tapaba una barbaridad con una mentira acorde a los deseos de los jóvenes.
 (Al margen: recuerdo que, después de este encuentro, le remarqué al Concha mi asombro por haberlo escuchado pronuncia la palabra “defecar”, tan ajena a su vocabulario. Me respondió que había estado a punto de decir “echarme un garco”, pero que por respeto a Griselda se había moderado. Decir que había defecado en una maceta sobre un lecho de lombrices no le parecía, claro, escatológico)
—Gente —continuó, fiel a su estilo verborrágico—: yo abracé, árboles, enredaderas, incluso montículos de hojas secas. Yo corrí a cascotazos a los que querían sacar oro de Fátima…
—De Famatina, querrás decir.
—Exacto. Mirá, me hace hervir tanto la sangre lo que digo que me confundo.
—A mí me parece bien la protesta—intercedió Griselda—, pero la violencia no me gusta. Por lo de los cascotazos, digo. Prefiero la resistencia pacífica. Una sentada, ejemplo.
—Pero claro —continuó el Concha, que pasaba ahora, a pedido del público, a dotarse de un pasado de activista no-violento—. Yo en Bosnia…
—En Botnia, querrás decir.
—Sí, gracias. En Botnia estuve sentado como no sé cuánto, tipo Gandhi. Tarugos en el ojete me salieron. Y también hice eso de poner flores en los caños de las ametralladoras de la policía, eh…
Calculo que el Concha habrá visto alguna foto o documental de la época y habrá pensado que, mutatis mutandis, podía apropiarse del ejemplo.
—Yo pensé que esa era una práctica de la década del sesenta…
—Querida Griselda —le respondió—, no todo lo que ocurre en el mundo sale por la tele…
—Es verdad…
Charlando o, mejor, escuchándolo al Concha, se nos pasó la tarde. Como se acercaba el momento de despedirnos y, por lo visto, el Concha tenía intención de seguir en contacto con los chicos, largó:
—Mañana a la noche Eduardo y yo nos juntamos a cenar. Lo hacemos cada lunes, siempre en su casa —dijo mirándome con una sonrisa que pretendía disimular el gesto prepotente de pedirme permiso con posterioridad al momento de tomar algo mío de prestado—. Cena liviana, vegana, algún documental de animales, música étnica, lo de siempre. ¿Se prenden?
Sí, se prendieron. Eran jóvenes que no tenían que trabajar al día siguiente y que podían darse el lujo de fumar marihuana hasta entrada la madrugada.
—Concha —le dije cuando nos alejábamos— ¿podría ser que la próxima me consultes antes de ofrecer mi casa para una reunión?
—Pero, Eduardo: no tenía opción. Viste lo que es mi casa…
Sí, la había visto.
—Es muy chica…
Ese no era el problema principal, pero no podía decírselo.
Me había quedado una intriga de toda la tarde y aproveché para sacármela.
—¿De dónde te viene toda la información que comentaste hoy? No te hacía muy espiritual como para hablar de chakras, pueblos originarios, veganismo…
—De la vieja —me respondió—. ¿Te acordás? La de los masajes…
Me acordaba.
—Mientras le amaso las gomas la mina larga toda una sarta de pelotudeces sobre alimentación, energía, niños índigo, ángeles…
—Mirá vos…
—Cambiando un poco de tema —me dijo—. ¿No notaste algo raro en uno de los pibes?
—¿Raro en qué sentido?
—En el sentido de que sea puto.
Volvía, el Concha, con uno de sus viejos temas. No pretendo ahondar en eso, porque ya lo he referido,  pero no quería tampoco dejar pasar por alto el rasgo curioso que le había sembrado sospechas.
—Yo, la verdad —le respondí— no noté nada que pudiera interpretarse de esa manera.
—Tal vez es mi fobia, qué sé yo. Lo que pasa es que como lo vi con una botellita de agua, de esas que se cargan en la casa con agua de purificador… Viste que los putos delicados andan siempre con una botellita de agua recargada…
Detalles que solo percibía el Concha. Aunque es verdad que, después en casa, cuando pensé en algunos conocidos homosexuales, podía verlos en la sala de profesores con su botellita …
—Son pequeños detalles identificatorios que te permiten ver quién es quién —concluyó—. Es como si te digo que fulano es amarrete, tacaño, usurero, ahorrativo y que labura de prestamista. Ah, y que además le cortaron la verga. Lo sacás de una ¿no? Un árabe…
Estuve a punto de decirle que no, que los que respondían a esa descripción eran los judíos, pero esa réplica era una barbaridad mayor que la que acababa de escuchar, porque yo no pensaba eso de los miembros de la colectividad. El Concha había equivocado el imaginario, y yo no encontré el modo, en ese momento, de corregirlo.
Caminamos juntos un par de cuadras hasta separarnos.
—Mañana —me dijo— despreocupate que cocino yo para los pibes.
—Bien —dije, ingenuo—. Acordate de que los chicos son veganos y que no podés cocinar cosas que…
El Concha se sonrió. Después, se empezó a reír con fuerza, mostrando todos los dientes.
—Hasta cuándo vas a ser tan pelotudo, Eduardo, hasta cuándo…
La verdad, no sabía.
 Quedamos en vernos al día siguiente.

6 comentarios:

Marcelo Kuroi dijo...

¡¡¡No puedo esperar para ver que les cocina a los veganos!!!

Y por cierto, me caen muy mal los veganos.

LUCIO dijo...

JUAN, NO PARÉ DE CAGARME DE LA RISA.
ME QUEDO CON ESTA FRASE: "Pero el Concha tapaba una barbaridad con una mentira acorde a los deseos de los jóvenes." HE AQUÍ EL ADN DEL CONCHA.

Silvana dijo...

Muy bueno. Me hizo reír mucho. Espero el próximo capítulo.

Silvana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
loolapalooza dijo...

jajaja

El transeúnte dijo...

Qué pasó, compañero?! se murió el Concha? se murió ud.? se pelearon y se acabaron las aventuras?

Saludos...