Que trata de la asistencia del Concha al Congreso
Internacional de Letras y de otras anécdotas dignas de ser referidas en esta
infame historia (primera parte)
Quedamos en
encontrarnos en Sócrates, el café de la esquina de la Facultad de Filosofía y
Letras, el jueves por la mañana. Yo había pedido el día en el colegio para poder asistir a la
mesa en que debía exponer mi ponencia. El Concha no tenía problemas de
horarios. A decir verdad, el Concha no tenía ninguno de los problemas que tiene
una persona común y corriente. Tenía problemas, eso es claro, pero eran de otra
naturaleza.
Yo me encontraba
un poco nervioso, como suele acontecerme en ese tipo de eventos. Por primera
vez había elegido no leer mi trabajo, sino exponerlo. Esto me había cargado de
una ansiedad más intensa que la habitual. Estaba releyendo un resumen de mi
exposición cuando lo vi entrar en el café. Advertí, inmediatamente, que traía
bajo el cierre del pantalón.
—Eduardito,
campeón... —me saludó.
—Hola, Concha.
Antes que nada —le dije en voz baja, mientras se sentaba—, tenés abierta la
bragueta.
—Sí, ya sé. Se
me cagó el cierre la semana pasada. No pasa nada. Mientras no me asome el
pingo...
Miré a la mesa
de al lado, para ver si lo habían escuchado, pero no.
—No, claro —le
dije.
—¿Tenés todo
listo, ya?
—Y sí. Ando un
poco nervioso, pero creo que va a andar todo bien. Estoy en una mesa con gente
conocida. Arranca a las 11:00, según el programa que me dieron.
—A verlo —me
dijo.
Le pasé el
extenso programa con la información del evento. Se puso a leerlo con atención.
Me intrigaba lo que pudiese pensar. Estaba seguro de que en su vida había
participado de un congreso de este tipo.
A medida que iba
leyendo, su cara se contraía en expresiones de extrañeza, como si estuviera
realizando un esfuerzo inaudito por comprender.
—Che, Eduardo
¿esto es joda? Escuchá el título de esta ponencia: “¿Punto seguido o punto y
coma? Estudio de caso de las implicancias ideológicas de la pausa en los SMS”
No me interesaba
el tema, pero traté de defender a los colegas:
—Calculo que se
ocupa del impacto de las nuevas tecnologías en el lenguaje. Habría que ver...
—¿Y esta: “El
otro del otro. Máquinas deseantes, (de)construcción y transversalidad genérica
en Las aventuras de Tom Sawyer”?
Ahí ya no supe
bien qué decirle, porque nunca entendí demasiado el lenguaje de la crítica literaria
posestructuralista. Además, la verdad es que tampoco me interesaba demasiado
que el Concha les tomara respeto.
—No, ahí no sé
muy bien de qué se trata...
Leyó un poco más
y dijo:
—Esto me interesa.
Había señalado
una mesa en la que se iba a discutir acerca de El Martín Fierro ordenado
alfabéticamente, de Pablo Katchadjian. Según el programa, el debate iba a
contar con la presencia de su autor, quien leería pasajes de su obra.
—Esa historia la
conozco. Es sobre un gaucho. Creo que, de todas las cosas que hay acá, es la
única que podría llegar a entender.
No quise decirle
nada al Concha, pero el autor de ese texto, un joven escritor, había hecho lo
que el título de su libro decía: había puesto en orden alfabético el texto de
José Hernández, verso por verso. Eso era, sencillamente, su libro.
—¿Vamos? —me
dijo.
Las mesas
coincidían, así que le dije que, ni bien terminara la mía, me podía dar una
vuelta. Convinimos en que él se quedaría hasta que yo expusiera y luego iría a
la de Katchadjian.
Nos quedamos un
rato en silencio. Él seguía enfrascado en el programa y yo en el resumen de mi
exposición. Después de un rato, le dije:
—Aguantame que
voy al baño.
No debo de haber
tardado más de cinco minutos, pero cuando salí vi que el Concha estaba hablando
con una muchacha rubia, de ojos claros, que tenía pinta de extranjera.
—Acercate,
Eduardo. Te presento a Carol. Carol —le dijo a la chica— ji is Eduardo.
Era una yanqui,
claramente. De dónde la había sacado, no me pude dar cuenta. Después le
preguntaría.
—Eduardo, ¿sabés
inglés?
Me la vi venir:
hacerle de traductor al Concha era una barbaridad que no estaba dispuesto a
cometer. Me sentí egoísta, pero le mentí.
—No, poco y
nada.
—Ah, no te hagas
problema —me respondió—. Yo algo de maña me doy, puedo traducirte.
Carol había
estudiado literatura en EEUU y ahora estaba acá para hacer un curso de español
para extranjeros. No hablaba, por el momento, nada de español. Estaba, como
nosotros, para el Congreso: una amiga exponía un trabajo y ella había decidido
acompañarla.
En un inglés
imposible, el Concha inició una conversación con la joven.
—Güi ar frends. Mai frend is a ticher. Ji laik buks.
Du iu laik buks?
Mi pronunciación
siempre fue mala, pero la suya era inaudita.
—Yes, yes.
—Guot buks?
—I love, especially, Moby Dick.
El Concha puso
cara de sorpresa. Se le dibujó una pequeña sonrisa en el rostro que no pude
comprender. Se me acercó al oído. Carol lo miraba, inocente.
—Rapidonga, la
gringa, ¿eh? —me dijo en voz, baja, mientras la observaba—. No sé qué mierda
habrá entendido, pero le pregunté qué libro le gustaba y me respondió que amaba
la pija de un tal Moby... Dick es pija en inglés: lo aprendí de las páginas
porno.
La miró con
picardía y le preguntó:
—It´s long? ¿Es larga?
—Yes, you need some weeks to read it.
—Necesita varias
semanas para cabalgarla —me tradujo.
—But...
—Culo...
—But once you start you won´t stop ´till you finish
it.
—No la larga
hasta acabar, o hasta hacerlo acabar. No, perdón: no la larga hasta que le
acaba en el culo. Eso es.
Carol, que no
comprendía una palabra, miraba con candidez al Concha.
Se estaba por
hacer la hora de la mesa, así que le dije que, si quería, podía quedarse
conversando con ella mientras yo iba a exponer mi trabajo.
—Andá yendo —me
dijo— que ahora te alcanzo.
Dejé la plata de
lo que había consumido y me fui a la mesa. El congreso estaba por comenzar.
10 comentarios:
Odio, ternura, indignación, gracia.... Cómo un personaje puede generar tantas sensaciones a la vez?
Es que el Concha, el Concha somos todos...
No, no, no... qué genial la conversación con la yanki.Me reí mucho. Qué dirá el Concha de Katchadjian? Se atreverá a decirle lo que todos pensamos de ese libro? Muy bueno! Espero el próximo capítulo.
Esto es genial!!!!!!!
Qué pena que el Concha no se cruzó con una mesa de Link o de Cucurto.
Todavía falta, amigo dibujante... Eso sí: a la de Link no puede ir el Concha, por su miedo a los homosexuales...
Gracias, señor.
Antes de leer el episodio, estaba lavándome los dientes con mi cepillo, que es marca Johnson's; y pensé "me estoy poniendo un Johnson en la boca, el Concha me crucificaría". No se si es deja-vu, premonición o simplemente: todos somos Concha.
Viste, te lo dije: todos pensamos que el Concha es otros, pero siempre hay un conchita adentro de cada uno de nosotros.
jajajaJAAAAAAAAAAAAAAAA
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