domingo, 3 de junio de 2012

Capítulo VIII


Que trata de la asistencia del Concha al Congreso Internacional de Letras y de otras anécdotas dignas de ser referidas en esta infame historia (primera parte)

Quedamos en encontrarnos en Sócrates, el café de la esquina de la Facultad de Filosofía y Letras, el jueves por la mañana. Yo había pedido el  día en el colegio para poder asistir a la mesa en que debía exponer mi ponencia. El Concha no tenía problemas de horarios. A decir verdad, el Concha no tenía ninguno de los problemas que tiene una persona común y corriente. Tenía problemas, eso es claro, pero eran de otra naturaleza.
Yo me encontraba un poco nervioso, como suele acontecerme en ese tipo de eventos. Por primera vez había elegido no leer mi trabajo, sino exponerlo. Esto me había cargado de una ansiedad más intensa que la habitual. Estaba releyendo un resumen de mi exposición cuando lo vi entrar en el café. Advertí, inmediatamente, que traía bajo el cierre del pantalón.
—Eduardito, campeón... —me saludó.
—Hola, Concha. Antes que nada —le dije en voz baja, mientras se sentaba—, tenés abierta la bragueta.
—Sí, ya sé. Se me cagó el cierre la semana pasada. No pasa nada. Mientras no me asome el pingo...
Miré a la mesa de al lado, para ver si lo habían escuchado, pero no.
—No, claro —le dije.
—¿Tenés todo listo, ya?
—Y sí. Ando un poco nervioso, pero creo que va a andar todo bien. Estoy en una mesa con gente conocida. Arranca a las 11:00, según el programa que me dieron.
—A verlo —me dijo.
Le pasé el extenso programa con la información del evento. Se puso a leerlo con atención. Me intrigaba lo que pudiese pensar. Estaba seguro de que en su vida había participado de un congreso de este tipo.
A medida que iba leyendo, su cara se contraía en expresiones de extrañeza, como si estuviera realizando un esfuerzo inaudito por comprender.
—Che, Eduardo ¿esto es joda? Escuchá el título de esta ponencia: “¿Punto seguido o punto y coma? Estudio de caso de las implicancias ideológicas de la pausa en los SMS”
No me interesaba el tema, pero traté de defender a los colegas:
—Calculo que se ocupa del impacto de las nuevas tecnologías en el lenguaje. Habría que ver...
—¿Y esta: “El otro del otro. Máquinas deseantes, (de)construcción y transversalidad genérica en Las aventuras de Tom Sawyer”?
Ahí ya no supe bien qué decirle, porque nunca entendí demasiado el lenguaje de la crítica literaria posestructuralista. Además, la verdad es que tampoco me interesaba demasiado que el Concha les tomara respeto.
—No, ahí no sé muy bien de qué se trata...
Leyó un poco más y dijo:
—Esto me  interesa.
Había señalado una mesa en la que se iba a discutir acerca de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, de Pablo Katchadjian. Según el programa, el debate iba a contar con la presencia de su autor, quien leería pasajes de su obra.
—Esa historia la conozco. Es sobre un gaucho. Creo que, de todas las cosas que hay acá, es la única que podría llegar a entender.
No quise decirle nada al Concha, pero el autor de ese texto, un joven escritor, había hecho lo que el título de su libro decía: había puesto en orden alfabético el texto de José Hernández, verso por verso. Eso era, sencillamente, su libro.
—¿Vamos? —me dijo.
Las mesas coincidían, así que le dije que, ni bien terminara la mía, me podía dar una vuelta. Convinimos en que él se quedaría hasta que yo expusiera y luego iría a la de Katchadjian.
Nos quedamos un rato en silencio. Él seguía enfrascado en el programa y yo en el resumen de mi exposición. Después de un rato, le dije:
—Aguantame que voy al baño.
No debo de haber tardado más de cinco minutos, pero cuando salí vi que el Concha estaba hablando con una muchacha rubia, de ojos claros, que tenía pinta de extranjera.
—Acercate, Eduardo. Te presento a Carol. Carol —le dijo a la chica— ji is Eduardo.
Era una yanqui, claramente. De dónde la había sacado, no me pude dar cuenta. Después le preguntaría.
—Eduardo, ¿sabés inglés?
Me la vi venir: hacerle de traductor al Concha era una barbaridad que no estaba dispuesto a cometer. Me sentí egoísta, pero le mentí.
—No, poco y nada.
—Ah, no te hagas problema —me respondió—. Yo algo de maña me doy, puedo traducirte.
Carol había estudiado literatura en EEUU y ahora estaba acá para hacer un curso de español para extranjeros. No hablaba, por el momento, nada de español. Estaba, como nosotros, para el Congreso: una amiga exponía un trabajo y ella había decidido acompañarla.
En un inglés imposible, el Concha inició una conversación con la joven.
—Güi ar frends. Mai frend is a ticher. Ji laik buks. Du iu laik buks?
Mi pronunciación siempre fue mala, pero la suya era inaudita.
—Yes, yes.
—Guot buks?
—I love, especially, Moby Dick.
El Concha puso cara de sorpresa. Se le dibujó una pequeña sonrisa en el rostro que no pude comprender. Se me acercó al oído. Carol lo miraba, inocente.
—Rapidonga, la gringa, ¿eh? —me dijo en voz, baja, mientras la observaba—. No sé qué mierda habrá entendido, pero le pregunté qué libro le gustaba y me respondió que amaba la pija de un tal Moby... Dick es pija en inglés: lo aprendí de las páginas porno.
La miró con picardía y le preguntó:
—It´s long? ¿Es larga?
—Yes, you need some weeks to read it.
—Necesita varias semanas para cabalgarla —me tradujo.
—But...
—Culo...
—But once you start you won´t stop ´till you finish it.
—No la larga hasta acabar, o hasta hacerlo acabar. No, perdón: no la larga hasta que le acaba en el culo. Eso es.
Carol, que no comprendía una palabra, miraba con candidez al Concha.
Se estaba por hacer la hora de la mesa, así que le dije que, si quería, podía quedarse conversando con ella mientras yo iba a exponer mi trabajo.
—Andá yendo —me dijo— que ahora te alcanzo.
Dejé la plata de lo que había consumido y me fui a la mesa. El congreso estaba por comenzar.


10 comentarios:

Flor dijo...

Odio, ternura, indignación, gracia.... Cómo un personaje puede generar tantas sensaciones a la vez?

Unknown dijo...

Es que el Concha, el Concha somos todos...

Silvana dijo...

No, no, no... qué genial la conversación con la yanki.Me reí mucho. Qué dirá el Concha de Katchadjian? Se atreverá a decirle lo que todos pensamos de ese libro? Muy bueno! Espero el próximo capítulo.

Diego dijo...

Esto es genial!!!!!!!

Bruno Bauer dijo...

Qué pena que el Concha no se cruzó con una mesa de Link o de Cucurto.

Unknown dijo...

Todavía falta, amigo dibujante... Eso sí: a la de Link no puede ir el Concha, por su miedo a los homosexuales...

Unknown dijo...

Gracias, señor.

Marcelo Kuroi dijo...

Antes de leer el episodio, estaba lavándome los dientes con mi cepillo, que es marca Johnson's; y pensé "me estoy poniendo un Johnson en la boca, el Concha me crucificaría". No se si es deja-vu, premonición o simplemente: todos somos Concha.

Unknown dijo...

Viste, te lo dije: todos pensamos que el Concha es otros, pero siempre hay un conchita adentro de cada uno de nosotros.

loolapalooza dijo...

jajajaJAAAAAAAAAAAAAAAA