jueves, 24 de mayo de 2012

Capítulo VII



Capítulo en el que se cuenta el intento del Concha por aprovechar los resquicios abiertos por la lucha de género, la exasperación de la diferencia y las políticas gay friendly (segunda parte)

Estaba en casa esa misma noche, retocando mi ponencia, cuando sonó el teléfono. Era el Concha.
—Hola, Eduardo, soy yo.
—Qué hacés, Concha. ¿Y? ¿Cómo te fue?
—Más o menos...
—¿Qué pasó?
—Nada. No sé cómo no me di cuenta antes, soy más boludo...
—¿De qué no te diste cuenta?
—No —me explicó—, resulta que fui hasta el canal, después de cambiarme en el baño de Constitución. Había una cola tremenda, pero tremenda, de putos. Putos de todos los colores y variedades: trolitos comunes, afrancesados, travas, amanerados con voz aflautada, de todo. Una fauna, en fin, que no te podés imaginar.
“Nos hicieron pasar a una sala, nos dieron un número y nos iban llamando. Me puse a charlar con un par: beso –son besuqueros, los putos–, hola qué tal, de dónde sos, esas cosas. Uno había llevado un termo y un mate, y empezó a convidar. Yo... Yo tomé mate con ellos, Eduardo...
Dijo estas palabras con un tono raro.
—¿Y? ¿Qué pasó?
—¿No te das cuenta, Eduardo?
—¿De qué me tengo que dar cuenta?
—Pero ¿sos boludo? La peste rosa, Eduardo. ¡Los putos están llenos se SIDA! Y yo, como un imbécil, meta matear de una bombilla ensidada. Cuando me di cuenta, salí que apagaba para el baño. Entré a hacer gárgaras, buches, a escupir. Me temblaban las piernas. Como me pareció poco, me mandé los dedos en la garganta para ver si podía sacarme el bicho de adentro. Encontré, de ojete, una botella de lavandina. Me la pasé por las manos, la cara, por todos las partes donde había tenido contacto.
—Pero, Concha, el SIDA no se contagia así.
—¿No viste las propagandas? En todas hablan de un beso, un abrazo, un apretón de manos, un mate...
—Eso es lo que no contagia.
—Vos seguí confiado en que el SIDA te entra por el culo...
El Concha les tenía terror a los homosexuales, fobia. Era, etimológicamente, homofóbico.
—Empecé a imaginar que iba a terminar en un tren, mangueando monedas. “Señores pasajeros, no se asusten. Soy portador de HIV. El gobierno me da estas cajitas de AZT, lamivudina, zidovudina...”. Me paranoiqueé. Salí corriendo del canal y me mandé a una farmacia a comprar una botella de alcohol para terminar de desinfectarme. Me empecé a embadurnar la cara, las manos, a frotarme el líquido por todos lados. En dos minutos, estaba ardido. Se ve que entre la lavandina y el alcohol, me había dado una reacción alérgica. Encima, en la desesperación, me entró alcohol en los ojos.
“Ni pensé en volver. Pasé por una estación de servicio y me metí en el baño para cambiarme. Un camionero que estaba meando me mostró la chota. Y claro, me tomó por puto. “No le querés dar un besito a esta?”, me dijo agarrándose la verga. “No, loco, estoy disfrazado, vine a un casting”. “Dale, dale un besito, linda”, insistió. Le pegué un mochilazo y salí corriendo. Paré el primer colectivo que vi y me vine a casa así, vestido de trolo, con toda la remera rosa salpicada de lavandina y los ojos rojos. Estuve hasta recién en remojo...
“¿Vos creés que es suficiente?”
El resto de la charla lo ocupé en calmar al Concha. Le tuve que explicar la naturaleza de la enfermedad, las formas de contagio y otras cosas para aplacar su ansiedad. No estoy tan seguro de si efectivamente me creyó, pero lo noté algo apaciguado después de un rato.
—Mirá que soy boludo, Eduardo. Podría haber elegido otra cosa. No sé, hacerme pasar por miembro de algún pueblo originario. Viste que ellos también están de moda ahora. Es más fácil y menos riesgoso. Me consigo algunas plumas, agarro un palo de escoba y le cuelgo algún amuleto o sonajero y me hago pasar por araucano, mapuche, azteca, algo de eso.
“Es más, tengo un vecino que anda en el tema y me podría asesorar. El tipo tiene colgada una bandera de todos colores de la ventana, muy parecida a esas que usan los maricones en la marcha del orgullo. Yo me jugaba que el tipo se la comía y que la bandera era un llamador de putos, como una señal para que lo identificaran y le tocaran timbre para empomarlo, pero no. Resulta que esa bandera –si no me mintió, porque tal vez es puto y me mintió– es un símbolo de los pueblos originarios.
—Ah, sí, le dije. Los colores son los mismos, solo que la de los pueblos originarios está hecha con cuadritos y la otra con bandas.
—Sí, eso fue lo que me dijo. Me contó que en Bolivia son una banda. Parece que hasta el presidente es uno de alguna tribu, un cacique, o algo así.
No voy a hacer valoraciones sobre lo que me dijo, porque están de más.
—¿Y vos? —dijo, cambiando de tema—. ¿Cómo va el tema del artículo ese en el que andás?
—La ponencia. Bien, casi terminándola.
—¿Habrá muchos putos ahí, en el evento?
 —Por ahí alguno que otro, pero no muchos.
—Ah, avisame. Porque después de lo que me pasó hoy, no quiero correr riesgos...
—No, quedate tranquilo.
—¿Y minas? Hay muchas minas ahí  ¿no?
—Y sí, muchas mujeres estudian Letras.
—Joya. En una de esas, quién te dice, Eduardito, me clavo una intelectual...
—Quién te dice...
Cortamos después de un rato. En breve, íbamos a ir juntos a la Facultad de Filosofía y Letras a un Congreso Internacional sobre teoría literaria, literaturas comparadas y políticas lingüísticas. De última, pensé, el Concha podía pasar un personaje malogrado de Cesar Aira o de Lamborguini... De Osvaldo, digo...

1 comentario:

Silvana dijo...

Estimado Eduardo: creo que el Concha puede levantarse perfectamente a alguna intelectual de la facultad. Buscando información a través de Wikipedia sobre Derrida y la deconstrucción
(= chamuyo)...¿quién sabe? Espero las próximas aventuras.