Capítulo en el que se cuenta el intento del Concha por aprovechar los
resquicios abiertos por la lucha de género, la exasperación de la diferencia y
las políticas gay friendly (segunda parte)
Estaba en casa esa
misma noche, retocando mi ponencia, cuando sonó el teléfono. Era el Concha.
—Hola, Eduardo, soy yo.
—Qué hacés, Concha. ¿Y?
¿Cómo te fue?
—Más o menos...
—¿Qué pasó?
—Nada. No sé cómo no me
di cuenta antes, soy más boludo...
—¿De qué no te diste
cuenta?
—No —me explicó—,
resulta que fui hasta el canal, después de cambiarme en el baño de
Constitución. Había una cola tremenda, pero tremenda, de putos. Putos de todos
los colores y variedades: trolitos comunes, afrancesados, travas, amanerados
con voz aflautada, de todo. Una fauna, en fin, que no te podés imaginar.
“Nos hicieron pasar a
una sala, nos dieron un número y nos iban llamando. Me puse a charlar con un
par: beso –son besuqueros, los putos–, hola qué tal, de dónde sos, esas cosas.
Uno había llevado un termo y un mate, y empezó a convidar. Yo... Yo tomé mate
con ellos, Eduardo...
Dijo estas palabras con
un tono raro.
—¿Y? ¿Qué pasó?
—¿No te das cuenta,
Eduardo?
—¿De qué me tengo que dar
cuenta?
—Pero ¿sos boludo? La
peste rosa, Eduardo. ¡Los putos están llenos se SIDA! Y yo, como un imbécil, meta
matear de una bombilla ensidada. Cuando me di cuenta, salí que apagaba para el
baño. Entré a hacer gárgaras, buches, a escupir. Me temblaban las piernas. Como
me pareció poco, me mandé los dedos en la garganta para ver si podía sacarme el
bicho de adentro. Encontré, de ojete, una botella de lavandina. Me la pasé por
las manos, la cara, por todos las partes donde había tenido contacto.
—Pero, Concha, el SIDA
no se contagia así.
—¿No viste las
propagandas? En todas hablan de un beso, un abrazo, un apretón de manos, un
mate...
—Eso es lo que no contagia.
—Vos seguí confiado en
que el SIDA te entra por el culo...
El Concha les tenía
terror a los homosexuales, fobia. Era, etimológicamente, homofóbico.
—Empecé a imaginar que
iba a terminar en un tren, mangueando monedas. “Señores pasajeros, no se
asusten. Soy portador de HIV. El gobierno me da estas cajitas de AZT, lamivudina,
zidovudina...”. Me paranoiqueé. Salí corriendo del canal y me mandé a una
farmacia a comprar una botella de alcohol para terminar de desinfectarme. Me
empecé a embadurnar la cara, las manos, a frotarme el líquido por todos lados.
En dos minutos, estaba ardido. Se ve que entre la lavandina y el alcohol, me
había dado una reacción alérgica. Encima, en la desesperación, me entró alcohol
en los ojos.
“Ni pensé en volver. Pasé
por una estación de servicio y me metí en el baño para cambiarme. Un camionero
que estaba meando me mostró la chota. Y claro, me tomó por puto. “No le querés
dar un besito a esta?”, me dijo agarrándose la verga. “No, loco, estoy
disfrazado, vine a un casting”. “Dale, dale un besito, linda”, insistió. Le
pegué un mochilazo y salí corriendo. Paré el primer colectivo que vi y me vine
a casa así, vestido de trolo, con toda la remera rosa salpicada de lavandina y
los ojos rojos. Estuve hasta recién en remojo...
“¿Vos creés que es
suficiente?”
El resto de la charla
lo ocupé en calmar al Concha. Le tuve que explicar la naturaleza de la
enfermedad, las formas de contagio y otras cosas para aplacar su ansiedad. No
estoy tan seguro de si efectivamente me creyó, pero lo noté algo apaciguado
después de un rato.
—Mirá que soy boludo,
Eduardo. Podría haber elegido otra cosa. No sé, hacerme pasar por miembro de
algún pueblo originario. Viste que ellos también están de moda ahora. Es más
fácil y menos riesgoso. Me consigo algunas plumas, agarro un palo de escoba y
le cuelgo algún amuleto o sonajero y me hago pasar por araucano, mapuche,
azteca, algo de eso.
“Es más, tengo un
vecino que anda en el tema y me podría asesorar. El tipo tiene colgada una
bandera de todos colores de la ventana, muy parecida a esas que usan los maricones
en la marcha del orgullo. Yo me jugaba que el tipo se la comía y que la bandera
era un llamador de putos, como una señal para que lo identificaran y le tocaran
timbre para empomarlo, pero no. Resulta que esa bandera –si no me mintió,
porque tal vez es puto y me mintió– es un símbolo de los pueblos originarios.
—Ah, sí, le dije. Los
colores son los mismos, solo que la de los pueblos originarios está hecha con
cuadritos y la otra con bandas.
—Sí, eso fue lo que me
dijo. Me contó que en Bolivia son una banda. Parece que hasta el presidente es
uno de alguna tribu, un cacique, o algo así.
No voy a hacer
valoraciones sobre lo que me dijo, porque están de más.
—¿Y vos? —dijo,
cambiando de tema—. ¿Cómo va el tema del artículo ese en el que andás?
—La ponencia. Bien,
casi terminándola.
—¿Habrá muchos putos
ahí, en el evento?
—Por ahí alguno que otro, pero no muchos.
—Ah, avisame. Porque
después de lo que me pasó hoy, no quiero correr riesgos...
—No, quedate tranquilo.
—¿Y minas? Hay muchas
minas ahí ¿no?
—Y sí, muchas mujeres
estudian Letras.
—Joya. En una de esas,
quién te dice, Eduardito, me clavo una intelectual...
—Quién te dice...
Cortamos después de un
rato. En breve, íbamos a ir juntos a la Facultad de Filosofía y Letras a un
Congreso Internacional sobre teoría literaria, literaturas comparadas y políticas
lingüísticas. De última, pensé, el Concha podía pasar un personaje malogrado de
Cesar Aira o de Lamborguini... De Osvaldo, digo...
1 comentario:
Estimado Eduardo: creo que el Concha puede levantarse perfectamente a alguna intelectual de la facultad. Buscando información a través de Wikipedia sobre Derrida y la deconstrucción
(= chamuyo)...¿quién sabe? Espero las próximas aventuras.
Publicar un comentario