Acerca del banquete que el Concha ofreció a la urbana tribu de veganos,
vegetarianos y otras yerbas (segunda parte)
Cerca de las nueve sonó
el timbre. Era Griselda y estaba acompañada por dos de sus amigos: Pablo y
Damián. Como era de esperarse, vinieron en bicicleta.
—¿Y los otros?
—pregunté mientras acomodábamos las bicis en el ascensor.
—No van a poder venir
hoy —dijo—. Les adelantaron para esta noche la clase de un curso que están
realizando sobre terapia floral, bioenergía y memoria celular. No pueden
faltar…
—Ajá —dije, pero no
pregunté de qué se trataba todo eso.
Mi cara, sin embargo, debió
de parecer que pedía algún tipo de explicación, porque Griselda dijo:
—Se trata de una serie prácticas
y enfoques alternativos para tratar dolencias y malestares. Algo muy holístico,
integral. El Concha seguro que conoce…
Seguramente, tenía
razón: el Concha parecía estar al tanto de este tipo de actividades, aunque no
creyera en ellas en absoluto.
Cuando llegamos a mi
piso, el Concha nos estaba esperando con la puerta abierta.
—Adelante, adelante,
pónganse cómodos —dijo—. Siéntanse como en su casa.
Señalando las
bicicletas, agregó:
—Acomoden el ecovehículo por acá…
—Gracias…
Mientras los recién
llegados terminaban de acomodarse, el Concha tomó un sahumerio que había traído
consigo y lo encendió. Como vi que no sabía dónde ponerlo, le señalé una maceta
con un potus que solía tener en uno de los estantes de la biblioteca. El Concha
me pasó el sahumerio y una vez que se hubo cerciorado de haber captado la
atención de los presentes, tomó entre sus manos la maceta, la besó, besó el
potus, se paró en un solo pie y, con la maceta levantada sobre su cabeza,
murmuró algunas palabras que me sonaron a “Guanajuato pachanga” o algo por el
estilo.
—Un viejo ritual de mis
ancestros —declaró con tan hipócrita mueca de seriedad que me indignó—. Acá
también está la Pachamama…—dijo, señalando la maceta con el potus.
Todos parecieron
aprobar su actitud.
Sin ser un crítico de
aromas, me resultó evidente que el sahumerio que el Concha acababa de plantar
en la maceta era de pésima calidad. El hilo de humo que se levantó de su brasa
envolvió la atmósfera en un olor pesado, ente dulzón y ácido, que me traía
reminiscencias de pachuli, leña verde y bosta de vaca carbonizada.
Después de su gesto
místico, llamó a Hugo, que todavía estaba en la cocina, y lo presentó:
—Este es un viejo
amigo. Pueden llamarlo Viti. Eso que le ven en la cara, y que seguramente les
produce asco o miedo por peligro de contagio, es nada menos que un mandala.
—¿No se llama vitiligo?
—preguntó Pablo.
—Se llama vitiligo según
la medicina tradicional occidental, si es que a ese conjunto de saberes
esquemáticos se le puede llamar medicina —aclaro—, del igual modo que al mismo
lamparón el pueblo lo llama antojo o frutilla.
Hugo saludó a los
presentes, algo molesto por la insistencia del Concha con su mancha de
nacimiento. Cuando le llegó el turno de darle un beso a Griselda, no pudo
disimular una mirada lujuriosa a sus senos.
—Vigilalo al gordo
boludo este —me dijo el Concha por lo bajo al oído—, que me parece que se alzó
con Griselda. Prestale atención al tema de las muletillas…
—¿Por qué? —le
pregunté.
—Porque el gordo,
cuando se excita, entra a “muletear” a lo loco.
Me incomodó saber eso;
máxime teniendo en cuenta que, poco antes, Hugo me había conversado utilizando
una andanada de latiguillos.
—Mira: ahí lo tenés
—dijo el Concha.
Hugo, atraído por las
curvas de Griselda, ya le lanzaba un
“como te digo una cosa, te digo la otra” completamente fuera de contexto, ya
que Griselda, simplemente, le había preguntado si estudiaba o trabajaba.
—Bueno, bueno, gente
—intervino el Concha—. Siéntese acá en el piso, en estos almohadones. ¿Quién
quiere wheatgrass?
—¿Hay wheatgrass? —preguntó Griselda con el
rostro iluminado.
—Por supuesto —dijo el
Concha con su cara más fraudulenta.
—Perdón —dije— ¿qué es
eso?
—Explicale, Griselda,
que yo voy a buscar la jarra a la heladera.
—Esperá —dijo Griselda—
Te acompaño…
—No, no —respondió,
serio, el Concha—. Hoy soy yo quien los agasaja; nadie más que yo se va a
ocupar de la comida y la bebida…
Griselda aceptó la
respuesta sin sospechar. Yo, en cambio, comprendí que en la cocina se ocultaban
evidencias que darían por tierra con el engaño que el Concha había puesto en
marcha desde el día anterior.
Antes de abandonar el
living, preguntó:
—¿Todos quieren?
—Sí —dijeron Griselda y
sus amigos.
Hugo, en cambio
respondió:
—Yo paso...
Evidentemente, tenía
muy claro con quién estaba tratando.
—El wheatgrass —comenzó a explicarme
Griselda cuando el Concha cerró tras de sí la puerta de la cocina— es una
bebida de última moda en el mundo del veganismo y naturismo. Se prepara en base
a brotes de trigo provenientes de cultivos orgánicos.
—Qué interesante…
—dije.
—Tiene un montón de
propiedades saludables: es rico en minerales, antioxidantes, fitoesteroles…
Me llamó la atención,
recuerdo, que conociera tanto del tema.
De la cocina me llegó
el ruido de la minipimer.
—Se hace en el momento
de beberlo, para que no pierda sus propiedades.
—Qué interesante…
De la cocina llegó, algo
débil por el sonido de la procesadora, un eco del Concha:
—La re-puta madre que los
re-mil parió…
Preocupado, me excusé
ante Griselda:
—Pese a lo que haya
dicho el Concha, yo voy a hacer también un poco de anfitrión. Esta, en
definitiva, es mi casa.
Esto último lo dije
como si efectivamente necesitara recordármelo, inmerso como estaba en medio de
tanto gesto avasallante del Concha.
—No tardo —dije y me
encaminé a la cocina.
(Continuará)
3 comentarios:
Muy bueno! La escena del sahumerio y el potus, genial!
Por favor... tengo una mezcla de intriga y miedo por saber lo que pasa en esa cocina!
10 puntos el capítulo...nunca decepciona!
Flor
EL MANDALA DEL VITI! GLORIOSO.
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