De cómo el Concha se desgració en
clase y de su abandono del colegio
Faltaban diez minutos
para que tocara el timbre del recreo. Como tenía una hora libre entre medio de
dos clases, me hallaba en la sala de profesores, pasando las notas del segundo
trimestre. Cuando estaba por terminar la planilla, lo vi entrar. Traía la
mirada perdida y los ojos singularmente abiertos. Avanzó sin saludar, como sin
verme, y se paró junto a la ventana.
—¿Pasó algo, Concha? —le
pregunté con un tono de preocupación.
No me respondió.
—¿Estás bien?
Se volteó hacia donde yo
estaba y se quedó mirándome unos segundos.
—Me acabo de desgraciar
en el aula —me dijo.
—¿Qué es eso? ¿Cómo que
te desgraciaste?
La palabra me recordó
al Martín Fierro, a algún cuento de Borges, a una sofistiquería impostada del
lenguaje.
—Me acabo de tirar un
pedo en el medio de la clase.
Me quedé observándolo y
le hice un gesto como de no entender de qué me hablaba.
—Un pedo rabioso, un
pedo que se escuchó en todo el salón. Yo pensé que venía sordo, puro aire y
nada más, pero salió con furia, como amplificado. Primero se quedaron callados,
como sin entender. Ese segundo duró una hora. En un instante, estaban todos los
pibes cagándose de risa.
Para estimar la
gravedad del asunto, le pregunté:
—¿En qué curso fue?
—Tercero segunda de
Poli —me dijo con resignación—. Uno se rió tanto que se fue para atrás de la
silla. El gordo del fondo, Torasetti, ese gordo turro que seguro se caga de lo
lindo, se abanicaba con la carpeta y abanicaba al resto, como si le hubiera
llegado un barandazo. Otro se tapaba la nariz y agitaba el aire con la mano,
para despejar. Gismano levantaba una nalga de la silla e imitaba con la boca el
pedo, rojo de risa. Estoy hundido, Eduardo,
esta no la remonto más. Tuve que salir del aula, medio mareado. Cuando me
alejaba, se escuchaba a coro, con el ritmo de “Vamos a la playa, oh, oh, oh, oh,
oh”, “El profe se cagó, oh, oh, oh, oh, oh...”
El caso era grave. Tan
grave que ni se me dio por reírme. ¡Un pedo en el aula! Verdaderamente, hay un
antes y un después de un pedo en clase, pero traté de tranquilizarlo.
—En un par de días se
olvidan, vas a ver.
—¿Vos estás loco? Un
pedo, en estas circunstancias, es el comienzo. El tronar de ese pedo vuelto
noticia va a rebotar por los pasillos antes de salir en estampida hacia las
casas de los pibes. De ahí se replica en la web en centenares de comentarios, de
foros. Ese pedo va a ser twitteado, posteado en Facebook, Taringa y otras redes
similares. Van a hablar del flato en los recreos durante meses, en el club, en
reuniones. Su historia se va a convertir en legado de generaciones venideras,
quienes se encargarán de perpetuar esa memoria del único modo en que perviven y
perduran las anécdotas escolares: falseadas, exageradas hasta el absurdo.
—Vos estás exagerando
ahora, Concha. Vas a ver que no va a ser tan grave
Pero él parecía
enredado en ese torbellino de especulaciones funestas.
—Es más, no sé si no me
cagué— agregó.
Aguanté, pero me salió
la risa por la nariz.
—En serio, pelotudo, me
parece que vino con premio.
Se metió en el baño de
la sala de profesores. Desde adentro, me confirmó:
—Estoy cagado hasta la
manija, Eduardo.
Abrió de par en par la
puerta y, con los pantalones hasta las rodillas, se sostenía el calzoncillo
frenado.
—Cerrá la puerta, hacé
el favor —le dije—, que llega a entrar alguien y ahí sí que estás liquidado.
¿Tenés otra hora, después de esta?
—No, es la última.
—Entonces aprovechá y
rajá a tu casa a cambiarte.
Salió del baño, juntó
las cosas y desapareció de la sala.
Minutos después, sonó
el timbre y la sala se llenó de profesores. Como estaba algo resfriado y no
sentía olores, tuve miedo de que el ambiente estuviese viciado y pensaran mal
de mí, pero nadie dijo nada.
En eso, salió del baño
la profesora de Historia quejándose de una impertinencia: algún alumno se había
aventurado en el baño y había dejado, colgando junto a la toalla de manos, un
calzoncillo con materia fecal.
9 comentarios:
Excelente, me diste ganas de resucitar mi blog. No dejes de publicar
Querido Eduardo: espero con ansias oír las próximas aventuras de El Concha y seguramente el gordo Tomasetti se caga de lo lindo!!!
Querida Silvana: lamento que tengas que leer estas cosas. Vos sos una mujer, y me avergüenza un poco que te hayas enterado de tanta cosa escatológica. Yo soy una persona seria escribiendo sobre un sujeto olvidable. Disculpá la grosería.
Querido Eduardo: sé que usted es una persona seria, no debe preocuparse en aclararlo. Acepto sus disculpas dado que no estoy acostumbrada a escuchar este tipo de relatos escatológicos y groseros debido a que soy una dama. Pido disculpas a usted por el exabrupto "se caga de lo lindo"... me extralimité.
Qué chanta ese concha. Debería llamarse Chanta y no Concha! Abrazo
jajaja...el Concha es impresentable...jajaja
jajaja...el Concha es impresentable...jajaja
jajaja...el Concha es impresentable...jajaja
y por las dudas lo dije 3 veces...jaja
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